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martes, 19 de mayo de 2009

LA LONTANANZA

[A las afueras de Terrassa - 2009]

Esperaba que esta carta, la última, llegara a su destino. Después de cuatro meses escribiendo, sin saber si ella sabía que seguía vivo, había perdido toda esperanza. Y aún así, escondido dios sabe dónde, terminaba sus últimas líneas. Porque le empujaba más la necesidad de contar que la certeza de que alguien fuera a leer.

Todo estaba perdido. No quedaba nada. Y sin embargo no era capaz de dejar de pensar en la primavera, en la risa de su hijo, en los domingos de descanso en el campo… No era capaz de sufrir más. Sólo podía despedirse de la vida sintiéndose muy vivo y sabiendo que la felicidad seguirá existiendo después de todo aquello.

Escribió la última cuartilla a la lumbre de un mechero de gasoil que le prestó un compañero al que no volvió a ver. Luego la guardó en su petate. No se oía en el bosque más ruido que el de las ramas movidas por el viento y el del silencio que dejaron tras de sí todos los que se habían ido.

Si en lugar de esta carta que nadie te entregará pudiera acercarme a tu oído esta noche y decirte una sola frase, una última frase de despedida, no te hablaría de nada que te hiciera sufrir. Te diría que te amé y que nada pudo con mi sentimiento. Te diría que amé también la vida que tuve y que nadie pudo evitar que fuera así. Te diría, quizás, simplemente: “buenas noches mi amor, que descanses”. Y dormiría abrazado a ti una noche más. La última de mi vida. Y también la primera.