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lunes, 19 de julio de 2010

DRY MARTINI

[Casa de la autora - 2005]

Le gustaba el sonido de los hielos al moverse solos en el vaso mientras se deshacían. Tintineando, buscaban un lugar más cómodo en el que seguir fundiéndose con la bebida. Como hacía ella.
Siempre le gustó beber. Desde que tiene memoria. Aunque si lo piensa ya no le queda mucha, por lo que tal vez no haga tanto tiempo… Tanto tiempo. Tiempo. Qué relativo es el tiempo. Todos los días tienen las mismas horas y todas las horas los mismos minutos y sin embargo hace años que cada día se hace interminable. Y aunque interminables siguen pasando los ve marcharse al asomarse al espejo. Y llega uno nuevo, exactamente igual al anterior. El reloj de arena se vacía. Y la botella también. Pero la sed no se acaba nunca. Jamás termina. Y no lo hará porque es roja como el fuego y seca como el desierto… porque no es sed de deshidratación la que cuartea su garganta. Es la desilusión que la seca por dentro.
La peor sed que existe hace nido en el alma y no hay bebida que la calme. Tal vez, quizá, podría un día llover vida nueva una mañana, y seguir lloviendo semana tras semana hasta que volviera a tener una primavera dentro. En lugar de este seco y frío verano.